Viaje a Rensis

El monótono paisaje de tonos dorados de los campos de trigo, se deslizaba a toda velocidad y comenzaba a tornarse en tonos verdes y pardos. La ventana me devolvía la imagen de mi rostro, con la piel tostada por el sol y curtida por la tierra de los interminables campos. Sin embargo, la agradable sensación de calor del sol que atravesaba el cristal apenas si contrarrestaba el frio cortante del aire acondicionado.

Era la primera vez que viajaba tan lejos de casa y estaba emocionado e impaciente por llegar a mi destino. El veloz tren flotaba a gran velocidad sobre los interminables campos conduciéndome hacia la nueva vida que me esperaba en Rensis. La ciudad no era muy grande, apenas uno o dos millones de habitantes, y además estaba a unos pocos cientos de quilómetros del mar.

Lo del mar no me importaba demasiado y en realidad tampoco ansiaba ver esa inmensa cantidad de agua. Nunca me había gustado, no sabía nadar y la verdad es que nunca lo había necesitado. De momento, me conformaba con alejarme del monótono centro del único continente del planeta, y así poder evitar las grandes tormentas de arena y polvo que se desataban todos los años sin excepción.

Por supuesto solo había un modo sencillo y rápido de salir de aquel tipo de pueblos, el solicitar una reasignación laboral. Por lo menos era la única opción para mí, que era un negado para todo lo que fuese estudiar, y que a lo único que aspiraba era a poder realizar trabajos manuales de poca importancia. No tenía claro el destino o el trabajo que me iban a asignar, pero esperaba que fuese algo interesante, porque había gastado uno de los dos cambios permitidos.

Las estaciones pequeñas se sucedían a menudo, cruzando rápidamente toda la ventana y sin tan siquiera aminorar la velocidad. Había sido una buena idea hacer transbordo y coger el expreso, si tuviéramos que parar en todas las estaciones el viaje se hubiera hecho eterno.

Las pardas colinas comenzaban a aparecer, substituyendo la eterna llanura continental con una serie de suaves elevaciones y bajadas. Aquel paisaje me fascinaba y lograba que apartara mi mirada de la película que había seleccionado en la pequeña pantalla de mí asiendo del tren. Los ahora verdes tonos del paisaje brillaban bajo la potente luz de la tarde y me recordaba la frescura de las épocas de riego.

Las paredes de tierra que, de vez en cuando, bordeaban ambos lados de la vía, pasaban a una velocidad tal que solo podía ver un borrón marón y naranja en la ventana. La rapidísima sucesión de paisajes verdes y frondosos en la lejanía y la marrón masa borrosa de los terraplenes me mareaban. A lo lejos, las escarpadas montañas se alzaban, cada vez más altas y blancas de nieve, y llegaban a tocar las nubes que intentaban sobrevolarlas.

La oscuridad se cernió sobre el tren casi de manera absoluta de un modo tan repentino que casi asustó. Solo la suave luz azulada del techo y una línea de tenue luz roja por la ventana iluminaban el interior del vagón. Dejé de mirar por la ventana y contemplé a mis compañeros de viaje.

A mi lado dormitaba, recostado en su asiento acolchado y con su pantalla mostrando la ruta y posición actual del tren, un afable anciano con cara serena, el blanco pelo corto y la piel tostada y curtida por el sol. Una foto impresa y desgastada descansaba en su mano relajada y en esta, se veía una pareja joven abrazada y sonriente. Noté sus ojos humedecidos y una sonrisa se asomaba en la comisura de sus bocas.

Encima del anciano, una pequeña maleta, que le había ayudado a colocar, reposaba en el portaequipajes. En aquel momento pude entrever un tatuaje con forma de llama en un lateral de su cuello. No parecía un soldado y desde luego no llevaba uniforme, o una mísera insignia que me diera una pista. Pero el tatuaje era suficiente, seguramente era un policía o acaso un bombero, paramédico o similar.

El túnel seguía y seguía y parecía no acabar nunca. Ya llevábamos más de una hora allí metidos y el tren no parecía aminorar. Fue tiempo de sobra para ver desde el principio la anodina película de antes. Cuando los créditos ascendieron por la pantalla y finalmente aparté los ojos de aquella ilusión de tres dimensiones, miré de nuevo por la ventana y solo vi oscuridad y la misma línea de uniforme luz roja.

En cuanto salimos del túnel, la anaranjada luz del crepúsculo se coló entre las gigantescas montañas y proyectó la sombra del tren por mi lado. La nieve que salpicaba las pardas y verdes laderas, estaba teñida de un naranja cada vez más rojo y aquel cálido color me recordó la última tarde que pasé a solas con Alexia, a la sombra de los árboles frutales de Seigal.

Era cierto que no habíamos hablado de ello, por lo menos directamente. Seguíamos juntos, aunque yo no me hacía ilusiones. La separación tal vez hubiese sido más fácil si nos hubiésemos peleado, pero no podía hacerle eso. Y la despedida en la estación, con el resto de mi familia, fue más duro si cabía. El pecho me apretaba, y sentía como si me lo arrancaran. Dejaba mi casa, seguramente durante mucho tiempo, y no podía hacerme a la idea de que ya no volvería a ver a Alexia, ni a mi madre, ni a mi padre, ni a mi hermano. Pero lo que más me dolía era no volver a estar junto a ella.

Sabía perfectamente, que volver a estar juntos sería un increíble golpe de suerte. Alexia era ayudante de contable agraria de bajo grado. Se esforzaba mucho, pero no tenía muchas opciones para que la destinaran a otro lugar que no fuese en alguno de aquellos interminables campos. Sus ojos marrón oscuro estaban llorosos cuando le conté que me había llegado el mensaje de aceptación de traslado y a donde me mandaban.

- Pero Rensis está a más de cuatro mil kilómetros-, había sollozado entre mis brazos-. ¿Cómo te visitaré? ¿Cuándo te veré?

- En expreso no se hará tan difícil solo son… siete horas de viaje-, dije cada vez más lentamente-. Y podré llamarte a menudo, al fin y al cabo.

- Ya, pero estarás lejos-, dijo con tristeza.

Así teníamos pensado dejarlo, al menos de momento. Nos llamaríamos e intentaríamos quedar o encontrarnos algún día. Pero resultaba obvio que no podríamos vernos muy a menudo.

Los trenes magnéticos eran el único medio de transporte económico extendido por todo el planeta. Claro que había transporte aéreo y estratosférico pero no eran precisamente baratos y a la larga resultaban prohibitivos. Además su horario variaba enormemente dependiendo de la época, la ocupación prevista y otras tantas cosas… Por eso había cogido el tren, y por eso siempre iba casi lleno.

Aquel tren me alejaba de Alexis y me acercaba a mi futuro, fuese cual fuese. Miré de nuevo la pantalla de correo que tenía guardada en el bolsillo del pantalón y releí el mensaje por enésima vez. Al día siguiente tendría que pasar por todo el embrollo de la Evaluación y esperar a que salieran los resultados. Por lo menos tendría unos cuantos días para hacer turismo por la ciudad. Ver algo más que campos de cultivo, silos de almacenamiento y maquinaria agrícola.

Las montañas cada vez eran más bajas y por fin descendíamos saliendo de las profundas gargantas y finalmente nos acercábamos a las grandes ciudades. Atravesamos los frondosos bosques que las rodeaban y nos acercábamos a ellas a gran velocidad. El tren empezó a decelerar y en mi pantalla y en la del agradable anciano apareció: “Próxima parada, Rensis. Llegada en quince minutos.”

No había sacado nada de la bolsa de viaje y ahora lo único que tenía que hacer era mirar por la ventana y ver como el bosque se iba transformando en una sucesión de edificios cada vez más altos y esbeltos. Los bosques dejaban paso a cuidados jardines entre las alargadas torres de cristal, que desafiaban la gravedad y me quedé asombrado al ver las cintas de metal reluciente que atravesaban y volaban entre los edificios. En ellas, pequeñas burbujas se movían veloces, empequeñecidas por la inmensa altura a la que se encontraban.

Veía pasar por delante de mis ojos una maravilla tras otra, y las contemplaba todas y cada una de ellas fascinado por su magnificencia, hasta que finalmente me levanté. Al mismo tiempo, el anciano encanecido guardaba su vieja foto en un bolsillo de la chaqueta y miró por la ventana mientras el tren entraba lentamente en la Estación Central de Rensis. Lo dejé pasar delante de mi tras ayudarle a bajar su maleta, pero las únicas palabras que pude oír salir de su boca en las largas horas en las que estuvimos sentados en aquel vagón fueron las que pronunció mientras esperábamos que se abriesen las puertas presurizadas.

Mirando al frente y sin dirigirse a nadie más que al aire, dijo con voz temblorosa: “Por fin volveré a verla”. Las puertas se abrieron en silencio y con paso firme, se apeó del vagón. Durante unos instantes pareció dudar pero finalmente se apresuró, con los ojos llenos de lágrimas y abrazó con pasión a una anciana de ojos azules y tez arrugada, que lloraba de alegría y le susurraba algo al oído.

Mientras miraba aquella escena mientras cruzaba la puerta del tren, sentí un fuerte golpe en el corazón. Sin pensarlo saqué mi placa de datos y el mundo pareció detenerse silencioso mientras la nítida imagen de Alexia llenó la pequeña pantalla. Con un suspiro, guardé su imagen y la placa en mi bolsillo y tras recoger la bolsa comencé a caminar por la bulliciosa estación sintiendo que dejaba atrás parte de mi.

3 comentarios:

Lobo7922 dijo...

LOs lectores de este blog reclamamos mas mechs en los relatos ¡jajajaja! XD

Jazzman dijo...

Se hará lo que se pueda. Pero que aunque en mi mental y ficticio universo tengo un lugar de honor para los mechs, en estas primeras historias que tengo ya redactadas, no aparecen.
Una pena... :P

Jora dijo...

Me encantó el relato! Muchos matices, entretenido, y ese detalle del anciano al final que resltó ser emocionalmente impactante!

En algún momento asumo que terminaré de leer todas las publicaciones...

Mis saludos!