Traslado



El gélido viento del sur azotaba los estilizados rascacielos que emergían del aquella superficie helada. La perpetua claridad que brillaba en el verano nostroviano alumbraba los copos de nieve que flotaban sin llegar a caer del todo en el exterior.
-  ¿Cómo que has aceptado?-, gritó Koshka mientras saltaba de la cama indignada y comenzaba a recoger su ropa, esparcida por toda la habitación.
-  Es una oportunidad que no puedo dejar pasar. ¡Y lo sabes!-, repuso el dueño de aquel apartamento mientras se incorporaba entre las sabanas.
-  ¿Y no podías habérmelo preguntado antes de aceptar? -, repuso furiosa mientras se enfundaba los gruesos pantalones con pequeños e inconexos saltos-. ¿Piensas que te seguiré sin dudar a cualquier planeta inmundo al que vayas?
-  Tenía que habértelo contado antes, pero… yo vine a Nostrovia solo por ti-, dejó caer como una bomba en medio de la habitación, que se sumió en un tenso silencio mientras aquella mujer continuaba poniéndose capas de ropa una encima de otra.
-  Fue para hacer las prácticas, yo no tuve nada que ver-, bufó mientras se ponía sus relucientes botas negras. Aquellas que le había regalado hacía un par de días y tanta ilusión le habían hecho-. Además, no es lo mismo y lo sabes.
-  ¡Claro que es lo mismo! -. Replicó cada vez más molesto-. ¿Es tanto pedir que solicites un traslado conjunto? De todas formas dentro de dos meses te enviarán a quien sabe donde para hacer tus prácticas. Por favor, solicita el traslado conjunto y hazlas a mi lado.
-  Tengo una buena vida en este planeta-, gritó desde la puerta-. ¡Y tú pretendes arruinar la tuya en la frontera! Ni aunque me arrastren del pelo pienso marcharme.
-  Pero es que el puesto es e…
-  ¡Que no todo es trabajo, imbécil!-, estalló mientras cerraba la puerta furiosa.
Tupfer permaneció en silencio un largo rato y, finalmente, se incorporó molesto. No esperaba que Koshka reaccionara de aquel modo. Querría haberlo hablado con ella, intentar convencerla para que lo acompañase, pero ya había dejado claro que no quería marcharse de aquella ciudad helada al que llamaba hogar.
Se sentó en uno de los taburetes que tenía frente a su larga ventana y apoyándose en la estrecha mesa situada bajo ella, se sirvió un vaso de vodka lleno hasta los topes. Mientas se lo bebía con largos tragos y contemplaba el prolongado crepúsculo volvió a suspirar, decepcionado por la reacción de su novia. Era cierto que nunca habían hecho planes juntos, pero le dolía que hubiese reaccionado de esa manera.
-  Al menos podría habérselo pensado un poco... -, murmuró alicaído.
Los copos de nieve se arremolinaron durante la corta noche frente a la ventana y el cálido aire seco del apartamento no llegaba para calentar el desnudo cuerpo de Tupfer. Tras vaciar su vaso, cogió la botella y volvió a meterse entre las finas sábanas de su cama. Envuelto por la calidez que su cuerpo emitía y que estas reflejaban, continuó bebiendo directamente de esta, mientras contemplaba las espirales heladas que se formaban ante la ventana y recordaba sus años en la ciudad. Mientras lo hacía, vislumbró las pocas estrellas que se dejaban ver a través del claro cielo de las breves noches veraniegas hasta que salió el sol.
Bastante después de que los primeros rayos despuntaran sobre el horizonte, un pitido punzante anunció las cinco de la mañana y, sin gana alguna, abandonó el calor de su cama y comenzó a seguir su ritual matutino. Tras una ducha tibia con su chorro de calor seco, un copioso desayuno y la cuidadosa elección de un sombrero y guantes acorde con su ropa, salió sin mucha convicción al bajo pasillo de su sección.
Durante el trayecto diario por los pasillos, ascensores, galerías y vagones del monorraíl, su placa de mensajes comenzó a zumbar. Primero con unos pocos minutos de diferencia y más tarde sin interrupción alguna, lo bombardeaban con preguntas insolentes, comentarios despectivos o directamente lo insultaban.
Todos los conocidos comunes con Koshka habían tomado partido rápidamente. En cierta manera esperaba una reacción similar y creyendo que lo molestaría se mentalizó. Tal vez gracias a ello, ninguno de aquellos mensajes logró despertar en él más que una profunda indiferencia.
Llegó a la oficina algo más temprano de lo habitual y se la encontró casi vacía. Las mesas gráficas y las estaciones de diseño estaban apagadas en su mayoría, pero las que estaban ya encendidas se silenciaban a su paso. Ninguno de sus ocupantes le preguntaba nada o tan siquiera le dirigía la palabra, aunque en sus miradas se veía claramente que los rumores habían llegado a sus oídos hacía tiempo.
Murmuraba los buenos días a cada paso pero nadie le respondía, cruzó la amplia sala y entró en su zona de trabajo sin escuchar más que el zumbido del aire y sus propios pasos. Mientras esperaba a que todo su equipo se encendiera, comenzó a quitarse sombrero y guantes, colgándolos junto con la gabardina de una de sus perchas. Tras coger una de las tablas de diseño y recostarse en uno de los sofás, oyó el primer saludo de la mañana.
-  ¿Por qué no me lo habías dicho antes? ¿Acaso piensas dejarnos colgados?-, dijo Vega antes incluso de sacarse su amplio sombrero azul-. Estamos liadísimos con los diseños de la Torre F.
-  ¡Por todas las…!-, estalló Tupfer-. ¿Es que nadie me va a dar los buenos días hoy? No me marcho hasta dentro de dos meses y medio. Me da tiempo de sobra a dejarlo todo listo.
-  Buenos días-, sonrió mientras guiñaba un ojo-. Asúmelo. Te marchas. Y otro planeta, nada menos… es normal que te piquemos.
-  Ya, claro. Lo que tu digas -, dijo con un suspiro de resignación-. De todas formas… ¿Cómo os habéis enterado?  Me enviaron la confirmación personal hace menos de diez horas.
-  Koshka-, respondió con el nombre que lo aclaraba todo.
Eso era, sin duda alguna, excesivo. Podía considerarse normal el que se lo contase a sus amigos y que estos reaccionaran en cuanto despertaron y vieron sus mensajes, pero el hecho de molestarse en buscar a los compañeros de trabajo de Tupfer e intentar ponerlos en su contra era perverso. Mientras pensaba en ella, un grito sordo lo sacó de sus cavilaciones.
Su supervisor entró en la oficina como una exhalación, pasó frente a su despacho sin tan siquiera detenerse a quitarse el abrigo o su anticuado sombreo y, tras rugir el nombre de Tupfer, demandaba explicaciones con grandes aspavientos.
-  ¡Tup! ¿Qué es eso del traslado? ¿Acaso pretendes paralizar la empresa?
-  Ya estamos… Qué no me voy mañana, ni la semana que viene. ¡Ni en un mes!
-  Da igual, estás rompiendo un buen equipo de trabajo con todo lo que tenemos por delante.
-  No me toque las narices-, estalló molesto levantándose con rapidez. Dejó a un lado el panel transparente que lo había tenido ocupado hasta ese momento y señaló a su supervisor mientras decía-. Lo he hecho según las normas. Pasé la revisión anual, me llegó la Hoja de Destinos con una oferta de traslado preferente, ascenso de categoría y… Un momento… ¿Cómo se ha enterado? La notificación no puede haber llegado aún.
-  Me lo dijo Milher y no me cambies de tema-, farfulló cohibido-. Necesitamos especialistas en construcción vertical. Lo sabes y...
-  No seas exagerado, Vlad-, le cortó Vega, ya recostado en otro de los sofás del cubículo. Mientras garabateaba rápidamente sobre su propia placa de diseño continuó sin mirarlo-. Sabes de sobra que más de la mitad tenemos esa especialidad.
-  Sí, pero aún así siempre estáis sobrecargados de trabajo.
-  ¿Y de quien es la culpa? ¿De aquel que acepta siempre más encargos de los que podemos manejar? -, repuso Tupfer-. ¿Nuestra, por hacer horas extra todos los días y que aún así vayamos siempre con retraso?
Vlad tensó su mandíbula, forzando su silencio y, tras un rato, se marchó a su despacho sacándose el abrigo con gestos enérgicos. Vega alzó la mirada y tras un largo y suave silbido comentó:
-  Eso no le ha sentado pero que nada bien…
-  Pues que lo supere. Ya era hora de que alguien se lo dijese-, comentó Tupfer recostándose de nuevo en el sofá y comenzando a comprobar la ingente cantidad de mensajes que se habían acumulado desde el día anterior y los atendía con rapidez. Al mismo tiempo, un modelo holográfico flotaba frente a él, demandando con sus brillantes colores algo de su atención y las comunicaciones entrantes eran absorbidas, condensadas hábilmente por su asistente digital, que las colocaba con el resto de mensajes-. Dentro de tres meses su cara será un lejano recuerdo.
-  Si. En tres meses. Hasta entonces…
-  Hasta entonces tendré que seguir aguantándolo, ¿no?
La mañana pasó rápida, llena de trabajo, cálculos y llamadas de proveedores, administraciones y encargados, todos ellos sobrecargados de trabajo. Mientras Vega y Tupfer comían durante su descanso del mediodía, el tema del traslado volvió a aparecer.
-  ¿En serio no te lo pensaste ni un solo día? -, comentó Vega mientras esperaba que el frio cortante de la calle refrescara algo el humeante guiso que sostenía entre sus guantes.
-  ¿Acaso lo harías tú?-, respondió con calma-. Sabes que me vine aquí solo por las prácticas.
-  Si, recuerdo cuando llegaste. Pero hace tiempo que las terminaste y sigues aquí. ¿Por qué no buscaste otro trabajo antes, si tanto querías marcharte?
-  Estaba bien con Koshka y supongo que no quería arriesgarme a estropearlo-, comentó mientras tomaba un sorbo del caldo humeante de su bol y empujaba algunos trozos de carne y verdura con la cuchara.
Levantó la mirada y, mientras masticaba, contempló silencioso las amplias avenidas abovedadas de la ciudad que se extendían bajo ellos. El grueso techo acristalado los separaba del gélido exterior y de los mortales vientos que lo azotaban. Pero los cuidados jardines y amplios caminos peatonales, aunque resguardados del viento, nunca se calefactaban y el frio exterior acababa por descender hasta las calles, pasillos y jardines de Nostrovia.
-  ¿Aún no te ha contestado?-, preguntó con cuidado Vega.
-  Sigue saliendo su asistente mandándome a paseo-, respondió con un corto suspiro.
-  Se lo habrías dicho antes de aceptar, ¿no?
-  No -, reconoció tras un rato-. Sé que tendría que haberlo hecho pero una oportunidad como esta no podía dejarla escapar, el puesto era demasiado bueno como para negarme. Acepté de inmediato creyendo que Koshka me acompañaría.
-  ¿Piensas decirme a donde te mandan?
-  Si me garantizas que nadie se enterará…-, repuso Tupfer antes de terminar su guiso.
-  Sabes que soy de fiar-, aseguró Vega mientras dejaba su bol en la mesa. Mientras se alejaban de aquel puesto, continuó-. He oído que últimamente hay mucho trabajo en  Vorbis y en Disra. ¿Es allí a dónde vas?
-  No. No es a ninguna colonia -, contestó. Tras un rato caminando en silencio, al fin continuó-. Me han ofrecido un puesto de especialista en Terebuse3, en una ciudad llamada Yuhyou.
-  Terebuse… ¿De qué me suena?-, murmuró mientras caminaban entre los pardos jardines, hacia la entrada al edificio-. ¿No es un sistema periférico?
-  Si. Mira que paraíso-, sonrió mientras le tendía su placa de mensajes. Paisajes de ciudades verdes y floreadas aparecían cada poco tras la superficie transparente y se desvanecían para ser substituidos por imágenes aún más espléndidas.
-  Ya lo veo, ya. Sin duda eres un tipo con suerte-, comentó entre risas mientras le palmeaba la espalda amigablemente. Tras un buen rato, continuó extrañado-. ¿Y Koshka se negó a acompañarte?
-  Ni siquiera sabe a dónde voy. Y la verdad es que no me dio ni una oportunidad para decírselo -, se lamentó mientras entraban en la recepción del edificio.
Durante la tarde el trabajo continuó incesante y, para no romper con la rutina, las horas extra fueron inevitables. Una vez terminada la jornada, al fin pudo cerrar los ojos unos cuantos minutos y descansar de camino a su apartamento, mientras la cabina se deslizaba sobre las avenidas y bajo el manto transparente que lo protegía a todos del hielo exterior.
La pequeña placa transparente interrumpió la canción que escuchaba mentalmente. Insistente, vibraba en su bolsillo y en cuanto la sacó, la nítida imagen de Milher se formó tras ella solo para sus ojos y oídos. De repente un fuerte grito reclamó la atención de todo el vagón.
-  ¡Eres un cabrón! ¿Cómo se te ocurre hacerle el trabajo sucio? -, se escuchó de modo entrecortado por todo el vagón. Aunque aquella placa estaba diseñada para silenciar sus palabras, su estridente grito superó al sistema sin dificultad. Haciendo caso omiso de las miradas incomodas del resto de pasajeros, continuó-. ¡No me vengas con esas, malnacido!... ¡Me importa una mierda! Somos seis en el equipo… Ya ¿y soy yo quien tiene que resolverte todas tus meteduras de pata? ¿Acaso tienes idea de la cantidad de trabajo que tengo acumulado por tu culpa?... Sí… Te estoy llamando inútil... Claro que lo haré ¿acaso tengo elección?... Muérete, ¿quieres?
En el vagón solo se escuchaban los gritos de Tupfer. Todas las conversaciones se habían silenciado y así permanecieron hasta que aquel hombre de mirada funesta se bajó varias estaciones después. Aún rojo de ira y farfullando entre dientes, caminó por los pasillos hacia su apartamento, donde se quitó el abrigo y se dejó caer en el sofá del pequeño apartamento.
Se planteó seriamente el irse a dormir, pero tras pensarlo un rato se incorporó y, de nuevo, trató hablar con Koshka. La única respuesta que obtuvo fue la de su asistente rogándole que desistiera y que se perdiera, así que con su bolsa a la espalda, salió hacia su gimnasio.
Durante las horas que estuvo fuera del apartamento le dio vueltas una y otra vez a lo mismo, las distintas reacciones de la gente que lo rodeaba. Mientras corría, tensaba y levantaba peso en las múltiples máquinas del gimnasio, por encima de su rítmica música podía escuchar la voz de su novia recriminándole. Escuchaba las mudas críticas y envidias despertadas por la oferta de trabajo, empañadas a duras penas por las condolencias que surgían al imaginar su destino.
Era obvio que pensaban que huía a un sistema colonial, donde los ascensos de categoría eran mucho más sencillos de conseguir que allí, en la periferia. Aunque sin duda olvidaban recordar, de modo muy conveniente, que eran más peligrosos y austeros que el resto de planetas federales.
Qué sabrían ellos. Tupfer no había aceptado el puesto por el planeta, sino por el trabajo en sí. Era la primera oportunidad que tenía para destacar en su profesión por méritos propios, sin estar sometido a la tiranía de un gran equipo sobrecargado de trabajo.
Y Koshka… aún pensaba que podría quedarse en la ciudad. Ni siquiera le había concedido una oportunidad para explicarse. Levantando peso y desahogando con su sudor la fría frustración que sentía por el comportamiento aquel ser caprichoso, una idea clara iluminó su mente.
Mientras se secaba el sudor de sus brazos entre una y otra máquina, decidió que ya era demasiado tarde. No volvería a llamarla, y mucho menos le diría a donde se marchaba. Había dejado ya muy claro que no le interesaba acompañarlo de manera incondicional y, si tras decirle a donde se trasladaba cambiaba de opinión, siempre sabría que era por mera avaricia personal y no por él.
Volvió a su apartamento antes que de costumbre y aunque cansado, comenzó a preparar el equipaje que necesitaría durante la siguiente semana. Gracias a su supervisor tendría que hacerse cargo de nuevo de un proyecto que consideraba resuelto desde hacía tiempo. La incompetencia de Milher había retrasado su construcción, y ahora pedía ayuda con la documentación. Vlad, desairado por sus irreflexivas palabras, le asignó el trabajo a Tupfer por pura venganza, sabiendo perfectamente que el resto de la oficina se negaría a echarle una mano, bien por envidia, bien por venganza o simplemente, para no hacer cabrear al resto.
El sol estaba sobre el horizonte y el cielo refulgía anaranjado, sin embargo Tupfer se fue a dormir, agotado por la anterior noche en vela y el ejercicio realizado. A la mañana siguiente uno de los aerodeslizadores de la empresa lo llevaría hasta su destino, sobrevolando la bahía y sus gruesas placas de hielo a medio derretir hasta el farallón donde se alzaba aquel edificio en construcción.
En aquella ocasión pasó tan solo cuatro días en aquel helado paraje, solo abandonando el trabajo para comer o dormir, pero no fue su última estancia allí. De sus últimos dos meses y medio en Nostrovia, pasó casi la mitad de ellos fuera de la ciudad, poniendo al día una obra que no era suya e intentando arañar tiempo suficiente como para dejar sus verdaderas responsabilidades cubiertas. Y de no ser por la ayuda que le brindó Vega, no lo hubiese conseguido.
Koshka no volvió a llamarlo, ni siquiera para que la ayudase con sus pruebas finales o para decirle que había aprobado. Tuvo que enterarse por Vega de su traslado, aunque este no supo decirle a donde. Una semana antes de partiese su nave, cuando ya se había despedido de sus compañeros y se dedicaba únicamente a ultimar la mudanza y despedirse en persona de sus amigos, simplemente apareció ante su puerta.
Tenía los ojos llorosos y su cara, medio oculta por una amplia bufanda, estaba enrojecida. Sin darle tiempo a saludarla o tan siquiera a preguntarle qué hacía allí, se abalanzó sobre él y lo abrazó sin parar de llorar sin parar.
-  ¿Por qué habré sido tan tonta?-, dijo entre gemidos tras un largo rato-. Me envían a Vorbis4 para las prácticas… y de allí no hay quien vuelva.
-  Espera, espera, espera…-, respondió separándola, pese a los esfuerzos que hacía esta por pegarse a su pecho-. ¿Qué haces aquí?
-  Quería verte… Quería hablar contigo.
-  ¿Ahora? ¡Qué oportuno!-, dijo tras soltarla y dándole la espalda. Sin prestarle atención, continuó guardando cosas en los baúles para la mudanza-. En más de dos meses no te has dignado en llamarme o hablarme. Solo sabía de ti por comentarios ajenos, ni una sola palabra tuya. ¿Qué quieres precisamente ahora Koshka?
-  ¿Es que no me has oído? ¡Me mandan a Vorvis4!-, estalló histérica-. Han rechazado mi recurso y no tengo opción. Me mandan a una colonia, un planeta inmundo. ¡Ni siquiera tiene aún atmosfera!
-  ¿Y?-, dijo con un encogimiento de hombros.
-  Pero… Pero he oído que tú también te vas allí. Podríamos…
-  Te equivocas. No voy allí -, la cortó tajante. Tupfer sintió una gran satisfacción y un profundo agradecimiento hacia Vega, que había mantenido su promesa de no decir a donde se trasladaba. Paladeó el instante y continuó-. Me mudo a Yuhyou, en Terebuse3.
-  ¿Por qué no me lo habías dicho?-, le gritó tras unos segundos de silencio, mientras estallaba en lagrimas.
-  ¿Cuándo? No me dejaste hablar, no me devolviste las llamadas. Es la primera vez que hablo contigo en más de dos meses.
-  ¡Mientes!¡No puedes irte allí!-, gritó desesperada mientras gruesas lagrimas humedecían su bufanda. Con un gesto de Tupfer, la documentación de su traslado apareció en la pantalla del apartamento-. ¡No es justo! No pueden mandarme al rincón más alejado de universo y a ti virtualmente al centro.
-  Primero, Terebuse todavía no es un sistema central -, comenzó a enumerar mirándola a la cara y apoyándose contra la mesa, aún llena trastos a clasificar. Alzó otro dedo y continuó con voz serena y fría-. Dos, te ofrecí…no, te rogué que me acompañases. Pero te negaste en redondo…
-  Pero…-, intentó interrumpirle.
-  ¡Tres!-, gritó. Esperó un par de segundos y alzó otro dedo-. Tres. Has sido tú la que no quisiste saber nada de mí en cuanto supiste que me marchaba. Cuatro. Intentaste poner a todos los que conozco en mi contra y con algunos lo lograste. Pero lo más importante es que me has demostrado lo poco que en realidad te importo.
-  Pero… -, siguió farfullando medio conmocionada.
-  Toma, aquí tienes las cosas que te dejaste-, dijo mientras cogía una caja cerrada, con una K garabateada en ella y se la tendía con firmeza. La acompaño hasta la puerta y continuó-. Te diría que podemos seguir siendo amigos, pero ya me has demostrado que eso no te interesa en lo más mínimo. Adiós, y disfruta de tu nueva vida en la frontera.
Le cerró la puerta en la cara y siguió recogiendo, indiferente al sonido del timbre y de los repetidos golpes en la puerta. Durante algún tiempo había aguardado esperanzado que volviese a su lado, pero ya ni siquiera lo deseaba. Solo ansiaba aterrizar en su nuevo hogar y comenzar su nueva vida.
Varios días después contemplaba aquel planeta deslizarse bajo la ventana del bar. El planeta azul y blanco parecía moverse a toda velocidad y las estrechas franjas de tierra que emergían por doquier apenas si permanecían unos segundos a la vista. En el lado nocturno, las luces dispersas y apagadas de las ciudades trataban de competir contra el deslumbrante espectáculo de las estrellas.
Ya no podía ver Nostrovia. La ciudad estaba muy al sur, cerca del círculo antártico planetario y el puerto tenía una órbita con la que solo podía verse claramente la zona tropical del mismo. Suspiró antes de darle otro sorbo a su vaso y recordó la fiesta de despedida que había tenido. Fue muchísimo más modesta de lo que había pensado, ya que la mayor parte de sus amigos ni siquiera se molestaron en acudir y simplemente le llamaron para despedirlo. La sombra de Koshka volvía a actuar por última vez, pero al menos así sabía quiénes merecerían el esfuerzo de mantener el contacto a pesar de la inimaginable distancia que los separaría.
Tenía las maletas ya registradas, guardadas y almacenadas para su embarque, pero su nave no zarparía hasta el día siguiente, por lo que se dedicaba a hacer tiempo contemplando el paisaje desde el bar del hotel. Todo el mundo estaba acompañado por sus hijos, sus familiares o sus parejas que habían ido a despedirlos. Sin embargo él esperaba solo en el bar, haciendo tiempo mientras bebía lentamente.
-  Es precioso-, susurró una agradable voz detrás de él.
Aquellas palabras no estaban dirigidas hacia él. Simplemente eran la exclamación sobrecogida ante el espectáculo que se veía a través de la pared transparente, pero Tupfer no pudo evitar girarse y mirar a aquella solitaria mujer. No era particularmente alta, pero si muy estilizada y en ella predominaba el azul. Todo su cuerpo estaba decorado con diversos tonos de azul, desde el celeste de su larga melena, hasta sus botas azul oscuro.
-  Solo es un planeta como otro cualquiera-, comentó recostado, fingiendo indiferencia mientras la observaba de reojo desde su sofá-. Uno más entre millones.
-  ¿Estás de guasa?-, dijo anonadada. Tras observarlo unos segundos, aquella extraña continuó-. Es precioso, no tiene ni punto de comparación con las fotos o los videos.
-  ¿Y qué me dices de las emulaciones sensoriales?-, continuó con un guiño-. No serás capaz de distinguirlas de la realidad, ¿verdad?
-  Me estás tomando el pelo-, sonrió al fin aquella hermosa mujer.
-  Por supuesto. Me quedaría mirando por las ventanas todo el día-, comentó riéndose-. De hecho creo que acabaré haciéndolo durante todo el viaje.
-  Creo que yo haré lo mismo-, dijo acercándose a la ventana y apoyando su mano contra el cristal.
-  La belleza cautiva, ¿no? -, sonrió mirándola fijamente mientras terminaba con lo que tenía en el vaso. Tras unos segundos de indecisión añadió-. ¿Puedo invitarte a una copa?
-  Gracias, pero no bebo-, rechazó de inmediato con sobriedad, pero tras unos segundos esbozó una gran sonrisa y añadió-. Aunque me encantará acompañarte con un refresco. Me llamo Lauren.
-  Yo soy Tupfer-, dijo con una sonrisa.
-  ¿Y cuando zarpas, Tup? ¿Te importa que te llame Tup?-, dijo recostándose frente a él y  contemplando de reojo la esfera blanca y azul que se deslizaba frente a ellos.
-  Si, la verdad es que es más sencillo de pronunciar que el nombre completo -, comentó mientras pedía otro vaso con vodka desde la mesa-. Mi nave sale mañana, la Lazo Rojo.
-  No puede ser-, dijo sorprendida. Se recolocó un largo mechón que se había deslizado hacia la cara y dijo-. Yo también voy a Terebuse3. A una ciudad llamada Fushe.
-  ¿En serio? Yo voy a Yuhyou –, exclamó sin ocultar su asombro. Una joven camarera llegó con dos vasos y se los colocó en la mesa que los separaba, Tupfer pagó la ronda y continuó-. ¿Por los encuentros casuales?
-  Mejor por las gratas compañías del viaje-, dijo Lauren mientras alzaba su vaso y le guiñaba un ojo con picardía.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Olééé los huevos de Tup!! así se tendría ke ablar a la gente como la chica esa...

WilliamDarkgates dijo...

Que bueno, ni en el futuro las mujeres dejan de ser tan enrolladas